La economista Dilma Rousseff, de 63 años, se convirtió ayer en la primera mujer presidenta de Brasil, en sustitución del popular Luiz Inácio Lula da Silva, a quien rindió homenaje con un llamado a profundizar las reformas sociales de su gobierno.
Ex integrante de la resistencia armada a la dictadura militar (1964-1985), por lo que pagó con torturas y tres años de cárcel, y pieza fundamental del gobierno de Lula desde dos ministerios, Rousseff asumió el mando de la octava economía del mundo con un homenaje a su padrino político, quien la condujo a la Presidencia.
“El mayor homenaje (a Lula) es ampliar y avanzar las conquistas de su gobierno”, dijo Rousseff ante los miembros de las dos cámaras del Congreso que la aplaudieron de pie.
Con voz quebrada por la emoción, Rousseff también rindió tributo a sus compañeros de generación caídos en la lucha contra la dictadura militar (1964-1985), pero aseguró que asume el poder “sin resentimientos ni rencores”.
La Mandataria puntualizó que Brasil tiene la “oportunidad” de convertirse en una “nación desarrollada” con “estilo brasileño” y un fuerte componente de sostenibilidad ambiental, y pidió especial apoyo al “compromiso con la erradicación de la pobreza extrema” en Brasil, donde 20 de 190 millones de habitantes se encuentran en esa situación.
Bajo el gobierno de Lula, 29 millones de personas salieron de la miseria, pero casi la mitad de la población sigue sin acceso a saneamiento y la tasa de analfabetismo roza el 10%. “Aún existe una pobreza que avergüenza a nuestro país”, dijo.
Rousseff llegó al Congreso bajo una intensa lluvia que obligó a cambiar partes de la ceremonia, sin que ingresara a la Catedral de Brasilia. Tras jurar el cargo se dirigió al Palacio do Planalto, donde recibió la banda presidencial del ahora ex presidente Lula da Silva.
Tras jurar el cargo y en una tregua de la lluvia, Dilma Rousseff llegó al palacio presidencial en un Rolls Royce descapotado, obsequio de la Reina Isabel II de Inglaterra en 1953, acompañada de su hija. Subió a pie la rampa que conduce a la entrada principal del palacio acompañada del vicepresidente Michel Temer, a las puertas del cual la esperaba Lula, quien poco antes había sido recibido con vítores y gritos de “¡Olé, olé, olá, Lula, Lula!”, tanto por las autoridades como por la multitud.
Lula abrazó emotivamente a Rousseff, su mano derecha en el gobierno como jefa de Gabinete, y levantó los brazos de la flamante presidenta y del vicepresidente, en señal de victoria.
En el “parlatorio”, el ahora ex presidente, acompañado por su esposa, Marisa Letizia, se despojó de la banda con los colores verde y amarillo de la bandera nacional, y se la impuso a Rousseff, seguido de un apretón de manos y otro abrazo.
Aunque sin el fervor multitudinario que provocó la llegada de Lula al poder el 1 de enero del 2003, miles de brasileños de todo el país concurrieron a la Explanada de los Ministerios, la imponente avenida de los edificios del poder de Brasilia, para la asunción de Rousseff. Unánimemente, fue también una despedida de Lula, el presidente más popular de la historia de Brasil, considerado “un hombre del pueblo”, que sale con el 87% de aprobación y un país en pleno crecimiento económico.
“Lula ha sido un estadista, un hombre muy carismático que representa al pueblo luchador, y a todos nos entristece despedirlo; pero tengo mucha esperanza en ella, y considero muy importante tener una mujer presidenta”, explicó Maristela Leal, de 29 años, alfabetizadora en la deprimida Ciudad Estructural, donde está el mayor basurero de Brasilia y considerada un ejemplo de las mejoras sociales de los últimos años.
“Pude estudiar en la universidad gracias a un programa de Lula. Ahora lo estoy devolviendo con mi trabajo, sirviendo a la gente que lo necesita”, contó.
“Nosotros soñamos toda la vida tener un presidente como Lula, por su historia de vida y de militancia, y es muy importante para mí saber que llega alguien a continuar su proyecto”, explicó Ivette María Soccol, quien llegó desde el extremo sur del país, frontera con Uruguay, con su esposo, hijo y nuera.
Después de recibir la banda presidencial, Rousseff comenzó en el “parlatorio” un segundo discurso, esta vez dirigido al pueblo, que aguantó el aguacero para expresarle su cariño.
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