Para nosotras las nacidas y crecidas en las épocas de los 70, 80 y 90 se nos inculcó el valor por y del Himen. Esa membrana de piel suave que debía funcionar como coloso y proteger la puerta de nuestra virginidad preciosa, no solo de valor social, sino también moral y religioso.
Se llamó diez cheles, tapita, entre otras designaciones, pero todas se referían a este tejido con el que nacemos las mujeres y que para muchas culturas es parte vital de la honestidad, seriedad y garantía de virginidad sexual.
La perdida del himen es responsable de matrimonios, pero también de divorcios. Ser desvirgada en mis tiempos de soltería, significaba dejar de ser 'señorita' y convertirse en mujer. Perder la virginidad la mayoría de veces permitía que se nos denigrara socialmente.
Sin el himen eras una cualquiera o una putita mas...
Entrado el 2000, el cambio de siglo y la modernidad social del himen no se habla, no impide o prohíbe un matrimonio, claro está, en países en que las mujeres hemos dejado de valer por un tejido que se rompe fácil y que desaparece sin que necesariamente una acción sexual sea responsable.
Aun en el siglo XXI millones de mujeres, niñas en su mayoría, están obligadas a proteger su himen mas que cualquier otro pedazo de su cuerpo. Su himen tiene mas valor e importancia que ellas completas, es su garantía de aceptación familiar, social, moral y religiosa.
La reserva del himen para el esposo es un asunto de obligación en culturas africanas, indúes, afganas, entre otras que son extremistas, continúan con su culto al himen y dando mas valor a este que a la mujer en si.
En nuestro país actualmente al himen se le ha restado valor y la esencia de nosotras, las mujeres, es la importante. Sin embargo para muchos el himen es una membrana social mas que física en el cuerpo de una fémina.