miércoles, 24 de marzo de 2010

Desde mi teclado: Mujeres del cabildo

Por: Nayadira Agramonte
Periodista

Mañana del miércoles, 9:10 comienzan a llegar ellas. Bultos en mano, y en la otra un papel que plasma su necesidad, muchas veces real, otras no. Llega Mamota, con su paño morado amarrando las hebras blancas que el tiempo tiñó. Su falda, reflejo de la enfermedad que desde hace años la afecta. Hedor a orina que inunda el ambiente.

Ramona, dejó la niña, la bota agua como dice Anny, procura que su carta esté en la Sesión, necesita una lavadora, ya no puede continuar lavando a mano. Me rio.

Detrás de ella, una legión de mujeres que vienen a ver al Alcalde Municipal, necesitan tantas cosas. Papá, papá Félix... se escucha entre la multitud.

Quieren neveras, alimento, cilindro de gas, juego de comedor, camas, medicina, abanicos, materiales de construcción y una que otra ayuda económica. Se conforman con veinte pesos sacados del bolsillo o con una orden de 300 pesos, es cosa de todos los días.

Se refleja a través de la puerta de cristal, la gorda evangélica que cada 15 días nos visita a buscar necesidades de otros y claro, de ella.

Así avanza el día, entre empujones en la puerta de la Secretaría Municipal, un entra y sale de todas.

Se inquietan.

El calor arrecia, en un medio día de cuaresma, casi Semana Santa. Los olores corporales salen, se riegan, contaminan el escaso aire que llega y Ada sale corriendo, un grajo la “mata”. Se auxilia del ambientador, el fiel aliado de estos momentos.

Una, dos, tres… ocho ancianas, que los años vividos le han enseñado a ser pacientes, se sientan amontonadas y se paran en la puerta que les impide llegar a él. Estampa de una canción famosa: El muelle de San Blas.

Muchas jóvenas afuera. Ni el sol ardiente y caribeño las hace desistir. Miran por la ventana de cristal, levantan sus cartas, hacen señas para llamar la atención del Alcalde. Gritan como último recurso y un Policía municipal les dice que para poder continuar ahí deben hacer silencio.

El hambre reflejada en esas caras que esperan. Café y agua, cabildeados en las diferentes oficinas, son por el momento la comida de muchas de las presentes.

Pobreza mental heredada, que solo les permite vivir el presente, que no cosecha para mañana y que va dejando tras ella una generación completa.

Sale Altagracia y tras ella todas, para entregarle la cartita que papá Félix, esperan le firme. Regresa a la Sala cargada de sueños, esperanzas, ilusiones y sabiduría de algunas.

En ellas me inspiro, me miro y muero. Ellas sin mucho futuro, que solo conocen el inmediatismo y desafortunadamente sienten vivir bien, sin trabajar y “teniendo“ lo que necesitan. En esa nueva clase que la sociedad actual ha creado "la madre soltera" o "la muy mayor para trabajar".

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