Periodista
Ayer, en horas de la tarde, se encendieron los ánimos y con ellos las gomas. Ánimos que rompieron los cristales del Palacio de Justicia, o de injustica como dijo una señora. La humareda cargada de olor a caucho que asfixia y convertía el aire en irrespirable.
Basura por doquier.
Un zafacón que ardía en el frente de una de las principales puertas de aquel palacio donde se vociferaba lo ciega de la justicia.
Una madre desesperada y una familia alegre. Una acción con su reacción.
Golpes de dolor, que pretendía desaparecer a un esposo, para alcanzar a la que despectivamente llaman “la Marizan”.
Policías que reaccionan evitando que continúen los golpes. Salen corriendo y tras ellos... todos. Una confusión. Palabras, palabrotas. Insultos a ella, al sistema, los jueces y la justicia.
La progenitora en el suelo, no reacciona. Una sirena que anuncia los rescatistas. Ruedas rechinantes que lloran la pena, la impotencia y desdicha de una madre que ve morir de nuevo a su hija, sobre una camilla que cruza aquel pasillo.
Un pueblo indignado, clamando justicia. Pidiendo desesperadamente cárcel para quien o quienes cortaron los latidos de un corazón risueño, joven y sobre todo amigable.
Lohara Taveras, sin un culpable, sin un motivo, sin una justificación. Un caso complejo según el Ministerio Público.
Hoy, disturbios en toda la ciudad. Una marcha de estudiantes exigiendo justicia. Tiroteo alrededor del Palacio de Justicia y velas encendidas en todo el pueblo, que se iniciaron en el parque de Los Mártires, para honrar a una mártir de la violencia en la que se ha convertido, tristemente, Lohara.
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